Este es un relato escrito por David Ortega, alumno de 4º ESO, en el que describe su paso estos días, en la Semana Escolar, por el valle abandonado del río Linares y la posterior visita a la localidad de Vea, ambos próximos a Almarza.

Poco queda ya de las sendas que una vez comunicaron el valle por el que circula el río Linares con el resto de Soria; el camino que une la localidad de San Pedro con la de Vea, abandonada, no es sino la sombra de una anterior ocupación humana: la vegetación recupera el espacio ganado por el hombre, extendiéndose los matorrales sobre la grava, abriéndose paso poco a poco.

La roca sobresale en aristas afiladas, semejando cicatrices en la descarnada superficie de la montaña, mostrando vestigios de hogueras pasadas, de caminantes que no se dignan ya a molestar la soledad de este paraje. La floresta, salvaje, se acerca, no tan tímidamente, a las casuchas de roca construidas en la ribera. En los escasos campos de cultivo que se hallan dispersos por la zona aparecen matojos de hierbas ralas, prevaleciendo las plantas salvajes sobre las domesticadas.

Triste y amarga es la vista del paisaje, pero más desolador aún es el estado de Vea, si bien no populosa antaño, pero sí llena de vida: es difícil imaginar a sus gentes, marchando a su casa tras una intensa jornada de trabajo con el ganado. Diríase, en contra, que las raíces han roto la unión de piedra sobre piedra; los arbustos habitan donde, se adivina, habitó alguna persona. El primitivo orden y organización del entorno rural ha sido quebrantado por la acción de la naturaleza que, en vez de retroceder ante el pico y la alcotana, avanza incesante a su voluntad y capricho, haciéndonos recordar la efimeridad y fugacidad de nuestra, creemos, tan asentada civilización, el hecho de que no somos sino una parte, temporal, del conjunto y proceso que es la existencia, así como de nuestra propia historia. Así es: no estamos aquí de forma permanente, sino de paso.

A modo de moraleja, entre el suave ronronear del viento a través de las hojas de los chopos y del correr del agua entre las rocas, este valle nos habla de lo que somos en realidad, eso es, una plataforma inestable sobre una piedra, mecida por el aire; nos recuerda, por tanto, que somos susceptibles al bamboleo de nuestra tantas veces infravalorada y menospreciada naturaleza.

 

David Ortega


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