Vivimos en un mundo atractivo, pero difícil en cuanto a la tarea de educar. Esto se explica porque hasta hace poco tiempo casi las únicas influencias que recibíamos eran las transmitidas por la familia y nuestro entorno próximo.

Actualmente, los medios de comunicación han avanzado vertiginosamente y, aunque significan progreso, no siempre sus mensajes son positivos. Además, el ambiente, los amigos, la música, ejercen un papel importante en el estilo de vida de los hijos.

Todas las personas necesitamos modelos, puntos de referencia, para luego formar nuestras propias ideas sobre el mundo, la vida…

Debido a la actual cultura de la imagen, los modelos se subliman, se ofrecen machaconamente, sin ni siquiera dar opción a elegir otros.

Estamos viviendo una crisis de valores que nos lleva a admitir como bueno aquello que no lo es a base de verlo generalizado.

Los padres son los responsables de la transmisión de esos valores, junto con los educadores.

El fin de la educación es formar hombres y mujeres bien orientados hacia fines nobles. Cuando los padres de antes pensaban en el futuro de sus hijos, lo hacían en términos de carácter «honrado, trabajador, responsable, buena persona». Ahora la corriente materialista hace que algunos piensen más bien en un futuro económico, en que estudie algo en lo que pueda ganar mucho dinero.

Estas son unas cuantas notas a tener en cuenta a la hora de educar en valores a nuestros hijos y alumnos:

Conócelos a cada uno como ser único.

Los hijos son una proyección de los padres.
Aceptar a cada uno como es y tratarlo como debe ser.
Entrenarse en decirles «no» cuando sea necesario. El cariño de los padres a los hijos, en muchas ocasiones, se manifiesta en decir «no».
Cualquier «no» ha de transparentar un «sí» valioso: sí a la justicia, sí a la verdad…
Entrenar en pequeños esfuerzos conscientes de su valor. Se ven muchos fracasos escolares por sobreprotección y falta de autoridad del padre o de la madre.
Ser conscientes del ambiente real en que se mueven.
Tener tiempo para los hijos; saber escuchar, dar importancia a las cosas.
Divertirse con ellos en planes familiares de fin de semana.
Ver la televisión juntos para poder comentar programas
Enseñarles a afrontar con alegría las dificultades haciendo que las vean como un reto de superación.
Huir de los sermones.
No olvidarse de elogiar los actos buenos.
No comparar.
Tomar acuerdos en común.
La educación de los hijos no requiere mucho tiempo, sino todo el tiempo.

En todo momento estamos enseñando, porque ellos lo perciben todo: la sonrisa, las caras largas…

Estar educando continuamente no es una forma angustiosa de vivir, sino un estímulo de superación constante con vistas a mejorar la calidad de vida de toda la familia.

Educamos por lo que somos y hacemos, no por lo que decimos.

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