Os dejamos este artículo publicado en educar consentido.com por su inerés
Llevo años argumentando que el adagio de que “lo importante no es la cantidad, sino la calidad del tiempo que dedicamos a nuestros hijos” es una terrible falacia.
En realidad es una consigna, lanzada en los años 70 que alcanzó su auge en los 80 y los 90, para reducir el nivel de estrés o de mal estar que sentimos los padres por el poco tiempo que dedicamos a nuestros hijos. Es un argumento que no soporta el análisis más superficial.
Naturalmente que es importante estar “con los seis sentidos puestos en nuestros hijos” cuando estamos en casa – apagando el teléfono, el ordenador, la tablet y nuestra conexión intelecto-emocional con nuestro trabajo. Naturalmente que es importante darles lo mejor de nosotros mismos, y no dejarles las migajas (o la piltrafa) que queda al final del día – en algunos casos de la semana -.
Pero lo que no se puede soportar es pensar que 30 minutos diarios “de calidad” (¡a ver quién es el guapo que los consigue!), son más productivos, más eficaces y más educativos que estar 4 o 5 horas diarias, a las buenas y a las malas, con ratos de calidad y con ratos de nervios.
Nuestros hijos nos necesitan por la mañana, desde que abren el ojo hasta que les dejamos en la puerta del cole (o del autobús); y cuando regresan, desde el instante en el que salen hasta que, ¡por fin! conseguimos que se queden en la cama, sino dormidos por lo menos callados.
Necesitan simplemente que estemos ahí. Que estemos accesibles en ese preciso instante. No pueden esperar a que vengamos, con la mejor de nuestras intenciones, a las ocho o nueve de la noche para contarnos todo lo que ha pasado en el colegio, todos sus sentimientos, la pelea que han tenido con su hermano 20 minutos antes de que entráramos por la puerta solo porque no encontraban el lápiz … Nos necesitan muchas veces a lo largo de la mañana, de la tarde y del fin de semana.
Estamos construyendo personas. Eso es educar. ¿Se imagina usted construir una casa “a ratitos”, de excelente calidad, pero dedicándole no más de veinte minutos o media hora diaria?.
Además esa falacia no nos habla de la otra mitad de la ecuación. Para hablar de “tiempo de calidad” deberíamos poder integrar en esa “calidad” a nuestros hijos:
“Querido hijo, tengo muy poco tiempo para ti, así que debemos hacer que sea un rato de máxima calidad. Cuando entre por la puerta, haz todo lo posible por volcarte emocionalmente en mi, todas tus preocupaciones, tus alegrías, tus vivencias, compártelas conmigo. Intenta que podamos aprovechar al máximo ese tiempo, para ello es importante que esté todo recogido, así no tendré que enfadarme y no tendremos que perder nuestro tiempo de calidad en hacer eso tan pesado. También debes haber hecho todos los deberes – si quieres deja lo que no entiendas, para que yo te ayude (aunque debería ser tu profesor quien te explicara lo que no entiendes, de igual forma que soy yo quien te ayuda a hacerte la cama o poner la mesa cuando estás aprendiendo, y no le mando ninguna nota el día que no lo has hecho).
Ten la mochila preparada para al día siguiente, que no tenga yo que recordartelo, y cuando nos sentemos a cenar, no te levantes ni una sola vez y tómate lo que te ponga sin discutir, que eso reduce la calidad de nuestro tiempo. “
¡Que no!. Que nuestros hijos necesitan TIEMPO. Pero en España tenemos el horario laborar y escolar más absurdo de toda el mundo occidental. En la lección anual de Family Watch, D. Daniel Molinuevo, research officer de la agencia europea Eurofond, nos indicaba que el 70% de los españoles reconoce tener dificultades para la conciliación de la vida laboral y familiar, estamos al nivel de Grecia, Letonia y Chipre. A la cola de Europa – igual que siempre, salvo en el consumo de sustancias tóxicas, que nos llevamos la palma. Así no vamos a ningún lado. Mientras mantengamos estos horarios nuestros hijos van a sufrir una merma significativa de nuestra atención, nuestra familia se va ver resentida seriamente, nosotros nos vamos a sentir frustrados y la sociedad que estamos manteniendo dista mucho de lo que las individualidades que la componemos necesitamos para un adecuado desarrollo y bienestar.
¿Y qué podemos hacer, más allá de quejarnos?.
Lo primero, lógicamente, hacer todo lo que esté en nuestra mano por no agravar nuestros horarios laborales y escolares de nuestros hijos. Evitar quedarnos fumando un cigarrito o escuchando a nuestro compañero de trabajo contar sus batallitas cuando debemos estar ya de camino a casa. No apuntar a nuestros hijos a actividades extraescolares que no sean de utilidad en su crecimiento como personas, o de puro y necesario esparcimiento y ruptura con el mundo académico.
Hacer la compra por internet, el jueves por la noche, cuando ya están dormidos, encargando que nos la envíen a casa el sábado por la mañana.
Y por aportar un pequeño grano de arena que creo que puede ser de utilidad, yo recomiendo la “comida paterno-filial trimestral “. Se trata de irnos una vez al trimestre con cada uno de nuestros hijos, entre semana, a comer por ahí, no hace falta nada sofisticado, cualquier bar con un menú del día sirve, y por supuesto es mejor que cualquier “restaurante” de comida rápida. Tu y él (o ella) a solas. No papá Y mamá con el niño, papá O mamá, por separado – quizás un trimestre sale uno de los dos y al siguiente el otro. Y no con todos nuestros hijos a la vez, con cada uno por separado.
En la medida de lo posible ese día no debería volver al colegio por la tarde – ni nosotros a trabajar – debemos aprovechar la tarde para compartir algo – no para ir a comprar calcetines -. Ir a algún museo (el de su equipo de fútbol, si eso le gusta), o la biblioteca nacional, dar un paseo en barca por el Retiro o montar en bicicleta por el campo.
Una vez al trimestre. Con cada uno de ellos. No cambia nuestro día a día.Vamos a seguir estando menos tiempo de lo que nos gustaría y de lo que ellos necesitan para dar la máxima calidad a nuestra educación, pero estos ratos facilitan establecer un pequeño espacio de intimidad realmente importante y que permanecerá en su memoria durante muchos, muchos años.